Botas Rojas (II)
El
despertador sonó a la hora programada, pero nadie lo oyó. Su característico
sueño profundo se lo impidió hasta algunos minutos después. En el momento en el
que abrió los ojos, se incorporó sobresaltada en la cama, pensando
automáticamente todo lo que tenía que hacer antes de salir por la puerta. Apenas
pudo hacer la mitad de lo que tenía planeado. Tuvo el tiempo justo para
ducharse, secarse y peinarse a duras penas su alborotada melena rubia para
luego vestirse finalmente con la ropa por la que tanto costó decidirse la noche
anterior. Llevaría puestas sus llamativas botas rojas y su gorro de lana que
ella misma había tejido la semana pasada. Antes de salir por la puerta, cogió
su carpeta con el material pertinente y se miró por un instante en el espejo.
—Pues no voy
nada mal… —dijo a su reflejo con una pequeña sonrisa.
Nada más
salir del portal, corrió hasta su coche que estaba aparcado a escasos metros de
distancia. Un viento helado la persiguió, lanzándola alguna que otra hoja recién
desprendida de los árboles más cercanos. Una vez dentro, se acomodó y a la
tercera consiguió arrancar el coche, el cual estaba pidiendo a gritos una
reparación urgente en el motor.
A pesar del
retraso, consiguió llegar con tiempo de margen a la estación de tren. Una vez
sacado el billete, se sentó en uno de los numerosos bancos de la sala de
espera. Necesitaba recobrar el aliento y tranquilizarse. Ya no perdería el tren
y podría llegar a tiempo a la cita que tantas noches la había quitado el sueño.
Había llegado el día, ya no estaba nerviosa, tan solo un poco inquieta ante lo
que podría llegar a suceder si algo salía mal. Era una chica muy segura de sí
misma y mantendría todo bajo control. No habrá ningún problema, pensaba.
Mientras
estaba enfrascada en sus pensamientos sus ojos se desviaron de la nada hacia un
joven que cruzaba la entrada hacia la puerta de salida a los andenes. Le
resultaba familiar. A los dos segundos cayó en la cuenta, era él.
Era la
tercera vez que le veía pero ni si quiera sabía su nombre, es más, estaba
segura de que en esas ocasiones, al igual que en este momento, no había
reparado en ella. No era una chica
tímida, muchas veces había dado el primer paso con otros chicos, pero en esas
ocasiones todo era diferente. Aunque en el fondo ella quería acercarse a él y
entablar una conversación, algo la bloqueaba de tal manera que la impedía
hacerlo. Algo envolvía a aquel joven que la hipnotizaba y la impedía actuar,
obligándola a observarlo sin más desde la distancia.
De repente la
atención de sus pensamientos pasaron solo y exclusivamente a él, olvidó en esos
instantes la delicada situación que tenía que manejar esa misma tarde y se
imaginó por un momento la hipotética situación que se podría dar en caso de que
ella se acercase a saludar. Sentía que tendría que llegar el momento sí o sí,
que no podía vivir sin al menos conocerlo y que no podía seguir viviendo de un
futuro imaginario que nunca se cumplía.
Miró el
reloj, el tren estaba a punto de llegar. Así que se levantó y salió a la fría
pero iluminada estación de tren. Un bofetón de aire frío la sacudió el rostro.
Poco había durado la cálida temperatura de su nariz, la cual había enrojecido
por segundos. Mientras subía las escaleras del paso subterráneo hacia la vía
correspondiente lo pudo ver, de espaldas, balanceándose sobre sus pies con las
manos en los bolsillos. Una vez arriba, anduvo lentamente hacía donde él se
encontraba. A medida que se acercaba se ponía más nerviosa, no sabía que
decirle, ¿resultaría extraño que una desconocida se acercase a saludar a otra
persona sin más? —se preguntaba.
Al segundo
esa situación le pareció ridícula y siguió andando. Ni si quiera se giró.
Resguardándose en el abrigo y maldiciéndose a sí misma mirando al suelo, se
alejó hasta encontrarse a una distancia segura para ella.
Ni el
ensordecedor ruido de la megafonía la sacó de sus duros pensamientos sobre el
por qué de la razón de su comportamiento. Se sentía como una tonta incapaz de
hacer lo que realmente quería hacer. Subió al vagón del tren ya detenido y se
sentó en el asiento más próximo.
Otra vez había
pasado, era ya la tercera. No esperaba volver a verlo de nuevo. Demasiada
casualidad se tendría que dar —pensaba tristemente.
Mientras el
tren ganaba velocidad, ella observaba con pena a través de la ventana como el
tiempo y el paisaje la acompañaba en consecuencia con lo ocurrido.
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