martes, 12 de junio de 2018

Botas Rojas (V)


BOTAS ROJAS (V)


“Nada ocurre como se planea, nada sucede como una espera”. Recordaba las palabras de su madre mientras andaba de vuelta a la estación de tren para volver a su ciudad. ¡Cuántas veces lo repetía! ¡Y cuánta razón tenía! Y como era de esperar así había sido, en varias vueltas de minutero todo había cambiado.

Fue una verdadera sorpresa. Por más que lo daba vueltas, no encontraba una explicación. Había preparado el encuentro de la forma más minuciosa posible. Mucha gente  decía que era una maniática del orden, pero es que para ella, el orden es la razón de todas las cosas. La presentación del proyecto había surgido tras horas y horas de trabajo. Horas de investigación, de lectura, de estar pegada frente a la pantalla del ordenador, de dolores de cabeza, de gritos de rabia. Horas de borrar y de vuelta a empezar. Mereció la pena.

Se había presentado con el trabajo bien hecho pero con la idea de que conseguirlo iba a costar muchísimo, que era prácticamente imposible. Una novata, prácticamente recién acabada la carrera, sin experiencia, solo con la justa formación en la materia, creía en alguna ocasión haber aspirado demasiado alto, aun siendo consciente de que el mundo en el que se metía no tenía apenas sitio para ella.

Allí se había visto sola, a la espera de que dijeran su nombre, con la carpeta llena de los documentos que explicaban de qué única manera se podía afrontar el ambicioso proyecto que la gran multinacional tenía en mente. Y mientras esperaba, entre los cientos de pensamientos acerca de cómo lo iba a afrontar, de cómo iba a hablar, de cómo tenía que calmar los nervios o de cómo iba a terminar todo, una imagen se coló de forma inesperada. La silueta de un chico esperando un tren. Y en el mismo instante que esa imagen se paseaba por su mente, su nombre sonó por megafonía.

La suerte quieras que no, cuando acompaña se nota. Y ella lo notó. El puesto fue suyo. Nadie vino a decirla que no podía hacerlo, que no estaba preparada, que no era un mundo para ella, que no tenía nada que hacer. Y en cierto sentido así fue, nadie acudió a la cita. No tuvo competencia. Ella fue la única candidata.

Quienes la escucharon se mostraron muy entusiasmados y deseosos de empezar el proyecto tal y como ella les había contado, tal y como ella lo había diseñado. Ella se encontraba en la cima, y los demás asentían y se disponían a seguir sus directrices. De la noche a la mañana se iba a convertir en la persona más importante de la gran empresa de la ciudad. Y en la nube de euforia de ese sueño que se había convertido en realidad, con la sonrisa de la que sale victoriosa de una dura batalla, se disponía ya de noche, a coger el último tren de vuelta a su casa. Esperando relajarse en el viaje, de poner la mente en blanco y esperar al día siguiente para empezar con más fuerza que nunca su nuevo trabajo.

Apenas quedaban unos minutos para que llegara el tren. Una vez llegado al andén, fue consciente del frío que hacía de verdad. Y fue consciente, aún más, de la verdad que se encontraba en las sabias palabras de su madre. Pues contra todo pronóstico, para ella, allí se encontraba una vez más. Era él. Tan profundo se había grabado la imagen de él esperando a un tren, que ya había reconocido su silueta aún entre la oscuridad que los focos del techo intentaban derrotar.

No había nadie más en la estación, era demasiado tarde. Nadie cogía ya ese tren. Los dos se encontraban a solas en el mismo lugar. Y en el momento en que daba vueltas sobre cómo podía ser posible tal casualidad, se dio cuenta de que cada vez estaba más y más cerca de él. Era como si su cuerpo hubiera tomado vida propia y le llevase hasta él de forma automática. Ahora si sentía el frío. Los nervios que quizá no habían llegado antes en el momento de su exposición, vinieron todos de golpe. Y una vez más. Una maldita vez más, ocurrió. Sus miradas se cruzaron. Unas miradas que querían contar todo, pero que no dijeron nada. Unas miradas que al final pasaron de largo, con la tristeza de creerse la última vez.

Como ella se acercó, se volvió a alejar. Maldiciéndose en silencio no haber encontrado esa valentía que antes sí había tenido. La sonrisa con la que llegó a la estación fue desapareciendo tan rápido como el tren llegó. Ambos subieron. Ella antes que él. Los dos con el mismo destino de vuelta. Los dos destinados a encontrarse.