viernes, 11 de diciembre de 2015

El viaje

El viaje


Incontables días habían sucedido ya de aquel trágico recuerdo. Una distancia cada vez más insalvable los separaba de un hogar que había dejado de serlo.  Miles de voces atravesaban un vasto desierto, en sus mentes frondosa selva, que de igual manera los asfixiaba a cada paso que daban en busca de un atisbo de esperanza, algo que los hiciera parar, algo que los calmase y los ayudase recuperar, su sitio, otro hogar en el que empezar.

El que iba en cabeza, representante y voz de sus semejantes, vio una puerta, una parada en esa larga travesía. Llamó, y después de tres toques alguien respondió. Una figura alta, imponente, cuya sombra refrescaba el árido espacio que ocupaba, apareció.

Para la gran masa de personas que tras el líder esperaba, parecía un ser gigantesco, alguien que ostentaba mucho poder, alguien a quien seguir, alguien a quien venerar y obedecer sin maldecir.

No dio tiempo a decir nada, el recibimiento apenas se llegó a realizar. El que abrió la puerta, al instante la volvió a cerrar. No sin antes despreciar la presencia de los que allí habían llegado, atravesándolos furtivamente con la mirada. Borrando en ese momento las pocas sonrisas de esperanza que habían germinado asombrosamente en ese terreno tan hostil.

Siguieron su camino, y al cabo de un tiempo otra puerta apareció. La persona que iba en cabeza llamó. Y al igual que el resto, al abrirse la puerta y ver quien los recibía, se sobresaltó. Un rifle de asalto en manos de un soldado los encañonó.

—¿Quiénes sois? ¡Fuera de aquí! ¡Sois peligrosos! ¡Un paso más y disparo!

No dejó tiempo a contestar, aquellas frases nerviosas atemorizó al gran grupo, notándose en la lejanía algún grito ahogado de miedo. Y con la misma rapidez con la que había salido al exterior, de un salto volvió a entrar y de un portazo cerró otra posible salida a la desesperación. El silencio volvió a reinar, no sin antes escuchar como el que los había amenazado atrancaba la puerta desde el interior para garantizar su supuesta seguridad.

Con resignación y con la mirada al suelo, siguieron su camino. Pasado otro tanto de tiempo, agotados, reposaron enfrente de otra puerta, la cual había aparecido alumbrada por una extraña luz cuya fuente era difícil de determinar. Una vez más un representante del colectivo llamó cuidadosamente a la puerta, pues por algún motivo imponía cierto respeto divino.

La puerta se abrió lentamente, dejando escapar el resto de la cálida luz que habían observado anteriormente. La fuente de aquella luz salió dando dos pasos, traspasando el umbral de la que pensaban que era la última puerta a la que iban a acudir. La brillante iluminación que a todos había hipnotizado empezó a menguar, y dejó ver entonces a una persona vestida de extrañas ropas, para algunos y algunas reconocibles, adornado de ciertos símbolos y pequeños tesoros cuyo valor no sabrían  calcular. Un hálito de esperanza invadió a todos los allí presentes y una vez más el cansancio acumulado del viaje parecía que iba a aliviarse.

Pero sin dejar tiempo a que la líder del grupo que había llamado en ese momento articulara alguna palabra, aquel extraño y familiar personaje dijo de forma cariñosa y comprensiva:

—Yo os bendigo… —haciendo mientras lo decía una especie de figura en el aire con los dedos. Cuando acabó esa enigmática frase, dio media vuelta, y de la misma forma que había salido volvió a entrar, cerrando a continuación la puerta.

¿Ya está? ¿Ni una palabra más? ¿No hace nada al respecto? Multitud de preguntas parecidas a estas surgieron tras aquella “huida”, que era como empezaban a llamar a ese tipo de respuesta que recibían una y otra vez. Esta última comenzó a ser el principal tema de conversación en el siguiente tramo del viaje, pues en contra de lo que muchos esperaban, no había sido el trato justo que creían merecer por parte de alguien tan respetado.

El camino se hacía cada vez más pesado, más duro. Algunos se rendían y abandonaban, otras seguían adelante pues no tenían otra opción, otros no perdían la esperanza y motivaban al resto, otras seguían en cabeza con el paso firme y decidido.

Otra puerta surgió en ese camino, deteniendo el viaje una vez más. La que iba en cabeza llamó. Ya no tenía la fuerza del inicio, y los golpes no fueron tan sonoros. Por lo que llamó una segunda vez al ver que nadie acudía a abrir la puerta.

            Después de unos segundos por fin alguien los recibió. Una persona de mediana edad apareció. Vestía una bata blanca y zapatillas del mismo color. Unos guantes de látex no dejaban ver sus manos y una mascarilla impedía observar el movimiento de sus labios al hablar.

            —¿Quiénes son ustedes? —Preguntó curioso al ver tal ingente cantidad de personas ante su puerta.

            —Verá, venimos desde muy lejos. Necesitamos ayuda. Hay gente enferma, personas que necesitan atención médica. Veo que puede ayudarnos, ¿podemos pasar?

            —Para, para, para —al ver que se podía convertir en el anfitrión de tantas personas, un escalofrío recorrió su cuerpo.

            —¿Qué pasa? ¿Qué sucede? —ya se temía la negativa.

            —No me permiten ayudaros. Sois muchos. Además yo solo atiendo a los que ya están dentro, y vosotros —hizo una pausa mientras gesticulaba un “no puede ser” con un suave movimiento de cabeza— estáis fuera. Lo siento. Tengo prisa.

A continuación cerró la puerta de golpe, dejando a los visitantes con la palabra en la boca y un sabor amargo que tardaría en desaparecer.

—¡Tranquilos, seguiremos adelante! —Dijo mirando al resto en un intento de animar el desconsuelo que se había impregnado en lo más hondo de cada uno.

Y siguieron, a pesar de las tormentas, de las malas condiciones y de los obstáculos encontrados por el camino. El grupo había menguado, ya no había tantos como al principio, la fuerza de empuje había disminuido, la desesperación estaba venciendo.

Una puerta más surgió de la nada. Ya no confiaban en ella, la creyeron cerrada. Al menos un  cartel con horario de apertura les convenció de ello. Pasaron de largo.

Después de un interminable tramo, otra puerta se interpuso en su camino. Ya no parecían salidas, no parecían descanso y seguridad. Se habían convertido en los mayores obstáculos que habían encontrado. En una humanizada decepción que producía desconfianza, egoísmo e impertinencia.

Una vez más el que iba en cabeza llamó e inesperadamente la puerta se abrió, pero no salió nadie a dar la bienvenida. El que llamó, esta vez por la puerta entró. Y ante sí vio lo que parecía ser un aula de colegio. Los recuerdos de su niñez afloraron en su mente y se vio a si mismo sentado en uno de los pupitres vacíos pero algo había diferente no sabía qué. Había una persona más allí, era el profesor. Leía concentrado un grueso libro que parecía muy antiguo.

—¿Qué quería? —Preguntó sin levantar la vista del libro.

—Verá, venimos desde muy lejos. No ha sido un viaje fácil, todo ha sido problemas. Todo ha sido puertas cerradas. Tenemos niños y niñas entre nosotros, nuestros hijos e hijas es lo más importante que tenemos. Son los que más están sufriendo en este viaje. Estaríamos muy agradecidos si pudieran entrar y ser atendidos aquí.

—Comprendo —en ese instante levantó la mirada y examinó minuciosamente a la persona que tenía ante sí —pero no va a poder ser. Sois demasiados y aquí no cabemos todos. Y de todas formas, sois tan diferentes que la educación no sería la adecuada, me gustaría hacerlo créeme, pero me retrasaría y yo solo no puedo hacerlo y no quiero perjudicar a los míos. Por favor salga y siga su camino, tengo mucho trabajo que hacer.

No replicó, sabía que no merecería la pena. Salió por donde entró y transmitió el  mensaje a los demás. Muchos se fueron ya no podían más, muchas se fueron el viaje ya no era una oportunidad. El resto siguió adelante, era la única opción.

Durante mucho tiempo no apareció ninguna puerta en el camino. Hacía tanto que comenzaron la marcha que algunos no sabían de su hogar, el hogar de sus padres. Su mente solo estaba ocupada por recuerdos del viaje, malos y molestos recuerdos que por las noches hacían soñar con un lugar mejor o que atormentaban a través de pesadillas.

Un día como cualquier otro, se encontraron una puerta más. Por rutina llamaron a la puerta como siempre, esperando a que no contestara nadie o que en el caso de hacerlo, recibir la negativa de siempre con alguna excusa sin sentido.

Al abrirse la puerta una persona salió.  Su aspecto simplón impresionó al grupo que allí se había congregado. En contraste con los anteriores, ofrecía una imagen familiar. Era muy parecido a ellos pero a la vez diferente. Estaba claro que habían llegado a un punto tan lejano que las diferencias eran realmente notables entre el posible anfitrión y los ansiosos huéspedes. Contempló a todos por un instante y sin más dijo con una sonrisa.

—Por favor pasad, estáis en vuestra casa.



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