domingo, 27 de julio de 2014

Botas Rojas (I)




BOTAS ROJAS    (I)



Siempre hacía frío, pero aquel día hizo aún más. El viento arreciaba en la antigua estación de tren. Aún le quedaban minutos de sentir el vello erizado. Y los pequeños temblores que en vano intentaban retener el poco calor acumulado por el abrigo lo impacientaban aún más.

Las puntas de sus dedos, a pesar de los guantes, empezaban a ser dominadas por el viento helado por lo que las escondió dentro de sus bolsillos, mientras se balanceaba entre los talones y las puntillas de sus pies, intentando hacer más amena la espera. El sol pálido de ese invierno tan especial no le dejaba levantar mucho la mirada, pero para su alivio, éste pronto se escondió detrás de unas nubes, que en unas pocas horas, darían lugar a una lluvia que quizá le pudiera retrasar la vuelta. Siempre le gustó el invierno, esa escala de grises que predominaban en el paisaje, le otorgaba algo especial.

No estaba solo, cinco personas más estaban repartidas a lo largo del andén. Dispersas, solo separadas por el silencio, cada uno en su soledad. Ya nadie habla, pensaba. Ya se ha perdido esa cercanía o simpatía con esos desconocidos con los que compartes un mismo destino, aunque solo sea por un momento.

Alguien más se sumó a la espera de la llegada del tren, alguien que rompía en ese preciso instante con la rutina diaria de ver siempre las mismas caras, alguien que recordaría para siempre. En esos momentos no pudo ver el rostro de aquella mujer que avanzaba lentamente de brazos cruzados intentando resguardarse con su abrigo negro de lana de la fuerza del viento. Pero mientras se alejaba hacia el otro extremo del andén, se fijó en su cabello, el cual asomaba largo e inquieto bajo el gorro que llevaba a juego con el abrigo y cuyo color le recordaba al intenso color del trigo que veía iluminado por el sol en otoño. Sus ojos la siguieron recorriendo hasta que se toparon con las botas que llevaba, de un rojo intenso que contrastaba con toda la gama de colores que tanto le gustaba. Pero eso le gustó aún más.

Esperando en la estación
Color en la vieja estación

Jamás había estado tanto tiempo contemplando a otra persona, aquella silueta le provocaban unas ganas terribles de resolver su misterio. De poder encontrarse con su mirada, de poder escuchar su voz. Sin dudarlo, se dispuso a acercarse poco a poco a ella. Y cuando ya había recorrido la mitad de la distancia que los separaba, la estructura metálica que los rodeaba tembló por las vibraciones que surgían de los viejos pero enormes altavoces que colgaban encima anunciando la llegada del tan esperado tren.

El se detuvo, el tren ya venía y no había tiempo. El encuentro se anuló. Mientras subía al vagón pudo ver a su derecha como el final de una de las botas rojas se deslizaba dentro del vagón siguiente. Cuando se sentó, y el vagón se puso en marcha, no podía pensar en otra cosa. Por un momento, se le olvidó el motivo por el cual viajaba ese día. Solo podía imaginarse, de mil maneras diferentes, como podía haber sido su encuentro en la estación. Sabía que era ella, algo le decía que era ella. ¿Algunas cosas no pasan por casualidad, no?, se preguntaba.

Su imagen esperando en la estación se grabó a fuego en su cabeza, y, quizá, tal vez, volvería a cruzarse en su camino. ¿Cómo reconocerla?, se decía a sí mismo en su cabeza. Quizá por las botas rojas.