martes, 15 de marzo de 2016

¿A contracorriente?

¿A CONTRACORRIENTE?


Susana miró el reloj por cuarta vez mientras se mordía las uñas de los nervios, eran casi las ocho y veinte de la tarde.

—¡Vamos joder! ¡Que son unos paquetes! ¡Son malísimos! ¡Teníais que haber marcado tres a estas alturas de partido! ¡Tres! —Gritaba a pleno pulmón mientras rebotaba sobre los cojines del sofá.

A su lado ya no se mantenía tan lisa la ropa que había pensado ponerse para salir esa noche.

—Relájate que te va a dar algo —dijo su madre mientras se asomaba por la puerta del salón con el mandil lleno de harina y preocupada por los gritos que daba su hija, los cuales habían hecho eco en toda la casa.

—Estoy tranquila mamá, son estos ineptos que no saben jugar al fútbol. Voy a tener que ir yo a resolver este estropicio.

—Por cierto ¿no habías quedado con las chicas ahora? ¿A las ocho y media? —preguntó a la espera de ver su reacción.

—¡Ostia es verdad! —Exclamó Susana mientras se levantaba como un resorte cogiendo sin cuidado la ropa que tenía al lado para vestirse a toda prisa.

—¡Esa boca! Te he dicho cien veces que aquí en esta casa no quiero oír ningún taco, ¿me has oído? —Dijo aumentando el tono de voz a medida que terminaba la frase.

—Que si mamá, ale déjame un poco en paz —a continuación, una vez se puso la camiseta, se giró para ver de nuevo la televisión. Su equipo había recibido un tanto e iba perdiendo la eliminatoria. —Mira lo que ha pasado, por tu culpa —dijo con indignación.

—Seguro que sí, —contestó su madre sin dar la menor importancia a la estupidez que había oído— anda termina de vestirte que vas a llegar tarde, como siempre.

—Ya voy, ya voy.

Se puso los vaqueros rotos que se había comprado el día anterior y la cazadora de cuero negra para resguardarse un poco del frío que seguro pasaría por la noche. No sin antes echarse encima unas cuantas dosis de esa fragancia que tanto le gustaba.

—Ya te has echado otra vez esa colonia de tío ¿verdad? Ya me has dejado el rastro por toda la casa. Así no sé quién se te va a arrimar esta noche, cuando te huelan van a decir cualquier cosa —la incriminaba mientras la señalaba con la mano intentando hacerla entrar en razón.

—Pero que más te da, si a mí me gusta el olor pues me la hecho y punto. Ale adiós, dame un beso que me voy.

—¡Ay que chica esta por Dios! ¡Ten cuidado!

Las dos se despidieron y Susana desapareció tras la puerta mientras su madre se quedó mirando como bajaba las escaleras hacia el portal. 

Caminó teléfono en mano, con el fin de seguir el partido por las redes sociales, al punto de encuentro en el que había quedado con sus amigas. Le dolía profundamente haberse perdido el final del encuentro, pero como ya había hecho otras veces, al día siguiente ya se encargaría de ver el resumen completo con todas las jugadas polémicas y los goles junto a su padre, con el que le encantaba debatir e incluso discutir acerca de las decisiones arbitrales y del juego del equipo. Por supuesto, ambos eran rivales.

Llegó la primera.  A pesar de haber salido quizá un poco tarde de casa, llegó la primera. En su grupo de amigas la puntualidad era un virtud que escaseaba y que siempre que quedaba con ellas echaba de menos. Pero ya estaba acostumbrada y al cabo de unos cinco minutos, por suerte, fueron apareciendo. A su juicio, cada una más extravagante que la anterior. Pero siniestramente parecidas.

Cada vez que bajaba por la noche y se mezclaba entre el gentío, se sentía como un bicho raro. O más que sentirse ella misma, era el resto los que la sentían diferente. A ella le daba igual, e incluso le gustaba, pues eso quería decir que era ella misma y no una deformidad de su personalidad provocaba por la presión de la sociedad en la que vivía. La mayoría de personas con las que Susana se cruzaba cada día y las noches en las que salía a divertirse, tras innumerables análisis, los cuales siempre comentaba con su hermano, mantenían siempre un patrón de comportamiento y de mostrarse hacia el resto de personas bastante determinado. Y sus amigas no eran menos.

Las cinco habían bajado esta vez con vestidos cortos. Cuando no, tocaba ir con falda, si no con blusas transparentes. No podían ir iguales, eso estaba prohibido, pero si quedaban en ese tipo de prenda, quien no fuera con ella ya estaba criticada durante toda la noche. Susana no estaba en contra de ese tipo de prendas, para ella cada persona era libre de ir como le apeteciera. Sin embargo ella estaba en contra de las razones por las que algunas veces algunas personas se vestían de cierta manera. Siempre veía a sus amigas vestidas como cebos expuestas en el territorio de caza delimitado por grandes altavoces para que apuestos cazadores, altos y musculados, dieran rienda suelta a sus capacidades seductoras al ritmo de la música para poder hacerse con la presa y presumir después entre el equipo de caza.

Por supuesto, con Susana no contaban para esas aburridas historias, que era como las llamaba ella. Nunca serían capaces de imaginarse a Susana por ejemplo con una falda corta y el pelo largo. A pesar de ello, la querían igualmente. Quizá por eso eran sus amigas.

Susana se veía frente al resto del mundo como el rey Leónidas y sus trescientos espartanos luchando contra el ejército persa. De verdad que había olvidado cuántas veces había visto esa película. Se sentía sola luchando contra un ejército de inconscientes y vacíos de mente y personalidad propia, manejados por reglas invisibles y directrices marcadas desde su nacimiento. ¿Por qué la mayoría de chicos se comportaban de la misma forma por ser chicos? ¿Por qué la mayoría de chicas se comportaban de la misma forma por ser chicas? Susana vivía al margen de todo eso. Hacía lo que quería, se vestía como quería, estudiaba lo que quería, pensaba como quería. A pesar de lo que pudieran pensar el resto de los mortales. Así se sentía más libre que los demás. Aunque sabía que no lo sería del todo. Quizá algún día, no estaba muy segura.

—¿Qué tal está nuestra querida mecánica? —preguntó la última en llegar mientras se aproximaba al grupo. —¿Cómo fueron los exámenes?

—Muy bien, ya sabes que como yo, no hay nadie —rió al terminar la frase. Susana había empezado algo que realmente le apasionaba y que esperaba dedicarse a ello en un futuro, el grado medio de formación profesional en electromecánica de vehículos. Ya se imaginaba montando su propio negocio o trabajando para una importante empresa, siempre arremangada, con el mono de trabajo, entre ruidos de motores y olor a goma.

Al principio Susana notó ciertas objeciones en cuanto a su elección, pero acorde a su personalidad no insistieron demasiado. Sin embargo enseguida tuvo la obligación, muy a su pesar, de demostrar que igualmente podía llevar a cabo su sueño igual que el resto que lo compartían. Eso sí, superando con creces los obstáculos que algún indeseable ponía a su paso.

La noche transcurrió con normalidad, al igual que otras veces. En ocasiones junto a sus amigas bebiendo algún refresco en contra de las recomendaciones de alguna de ellas, en otras, observándolas desde la barra como bailaban con energía en el centro de la pista bajo la atenta mirada de aquellos que las rodeaban. Nunca le gustó bailar, se sentía tan torpe como  seguro lo era cuando aprendió a andar.

En un momento de la noche no tuvo más remedio que acudir en respuesta a las innumerables llamadas de sus amigas. Junto a ellas había un número equivalente de chicos.

—Joder, que coincidencia —de repente se había puesto un poco nerviosa. No soportaba a los chicos que se ponían pesados con ellas intentando ligar de forma poco agradable. Aunque para ella no creía que lo hubiera de otra forma.

Ellas ya los conocían de antes, quizá de algún día en el que Susana no tuviera ganas de bajar por lo que fuera. El caso es que le tocó dar dos besos a cada uno.

A lo largo de la noche pudo intercambiar unas cuantas palabras a pesar de la música. Ninguno le llamó poderosamente la atención. Todos parecían haber salido del mismo molde. Presumir de, demostrar que, sabías qué, seguro que, eres tal, te apetece esto, vamos a… Sin dar oportunidad de responder libremente.

Sin embargo uno de ellos era totalmente diferente al resto. Saltaba a la vista, las chicas lo habían ignorado por completo, y él lo sabía. Se interesó por él. Y hablaron durante un tiempo, más que con los demás. De vuelta a casa, fue claramente el tema de conversación.

—Pero como te has podido fijar en Fernando. Si no vale nada —comentaba una de ellas.

—No me he fijado en él. Solo hemos estado hablando como dos personas normales, nada más —comentó si dar importancia al tema.

—Ya, a mí no me engañas. Que nos conocemos Susana, que nos conocemos —decía mientras reía con el resto mirándola con cierta complicidad, como habiendo presenciado por fin un hecho que era imposible que ocurriese.

—No creo que tengas mucho que hacer, ¿sabes que ha empezado a estudiar peluquería? —dijo una de ellas con cierta ironía.

—Fijo que es gay, ¿te has fijado como hablaba? ¡Y que ropa llevaba! Si parecía que era una florecilla del jardín de mi abuela —comentó otra a continuación.

Cuando llegó a casa y se metió en la cama empezó inesperadamente a dar vueltas en su cabeza sobre lo ocurrido.

A sus dieciséis años sintió algo distinto por primera vez. ¿Sería amor? Quizás sí, quizás no. Aún era pronto para saberlo. Los flechazos amorosos solo ocurren en las películas.


Lo que no sabía, era que en ese preciso momento, aquel chico hizo lo mismo una vez llegó a casa.


A contracorriente
¿A contracorriente?

lunes, 7 de marzo de 2016

Mi nombre es lo de menos


MI NOMBRE ES LO DE MENOS


Dicen que la forma de vestir de cada persona muestra en cierta forma, el tipo de personalidad, el carácter y la manera en la que se relaciona con los demás. No estaba para nada de acuerdo con dicha afirmación. Se negaba a pensar que algo tan complejo como es el ser humano, su forma de ser y de pensar, se viera reflejada en algo tan simple como una prenda de ropa. Así pues, en base a qué dicho razonamiento era un pensamiento lógico y general en cualquiera que pudiera ver su vestimenta, se vistió de la forma más cómoda posible pero no por ello, a su forma de ver, menos elegante. Era verano, las altas temperaturas eran la norma general en esos días y en breves momentos acudiría a una cita muy importante, quizá la más importante de su vida.

Había estado esperando impaciente día y noche a que sonara el teléfono y por fin habían llamado para hacer una entrevista de trabajo. Los nervios no se apoderaron de su cuerpo pues se había preparado a conciencia esa gran oportunidad. Sabría responder con exactitud a cualquier pregunta relacionada con el puesto a desempeñar. Un puesto muy exigente y en el que tendría el desafío diario de poner a prueba todos sus conocimientos.

La carrera de derecho no había sido fácil y podía considerarse de entre las mejores notas de su promoción. Había invertido una cantidad ingente de tiempo y dinero en conseguir lo que más ansiaba en la vida y obtener un puesto de trabajo en uno de los mejores bufetes del país sería el mejor premio con el que terminar esa etapa de formación e iniciar una nueva y apasionante etapa profesional con la que descubriría el mundo con el que siempre había soñado.

En poco más de media hora se presentó ante la puerta del imponente edificio que coronaba la ciudad. Su presencia no hizo mella en su estado anímico, había pasado por delante de él infinidad de veces imaginándose su despacho en el piso más alto. Lo contempló una vez más, respiró hondo y entro en su interior.

El ajetreo del ir y venir de las personas que por allí transitaban con prisa, haciendo llamadas, saliendo de reuniones y en ocasiones discutiendo, hizo que sintiera una energía que sirvió como un plus extra de motivación para la entrevista. Ese mundo era el molde adecuado para su forma ser, de pensar y de relacionarse con las demás personas, siempre lo había sabido, siempre lo había tenido claro.

Llegó al pasillo indicado y esperó unos minutos a que llegase la hora exacta del encuentro. Después llamó a la puerta. Una voz del interior contestó a sus dos toques en la madera que la cerraba el paso.

—Adelante, puede pasar.

Abrió la puerta y entró de forma decidida, con el claro objetivo de superar aquella prueba.

Ante sí descubrió una mesa antigua de madera lo suficientemente larga como para dar cabida cómodamente a cinco personas en uno de sus laterales. Cinco hombres, a cada cual más serio que el anterior, vestidos por unos trajes bastante descoloridos y escondidos bajo varios montones de papeles. Los cinco contemplaron durante escasos segundos a la que para ellos sería la última persona a entrevistar. Por un breve instante, esta persona sintió como cada una de las cinco miradas recorrían su cuerpo de arriba abajo, analizando cada una de sus prendas de ropa, así como el calzado e incluso el peinado. Por un momento llegó a sentir cierta inseguridad ante esos cinco jueces. A continuación solo uno de ellos habló, el que estaba sentado en el centro. Mientras los demás anotaban en sus respectivos cuadernos.

—Buenos días —saludó con la misma seriedad que reflejaba su rostro.

—Buenos días, ustedes dirán —dijo con cierto atrevimiento y sonriendo para liberar un poco la tensión previa acumulada.

Durante un par de segundos el que se encontraba sentado en el extremo derecho observó detenidamente a la persona candidata al puesto.

—Verá, hemos visto su currículum y hemos de decir que nos ha dejado impresionados —decía mientras lo recogía de la mesa para echar un último vistazo.

—Para bien espero —sonrió al terminar la frase esperando una confirmación.

—Creemos que con todos estos conocimientos que aquí nos muestra, es usted la persona idónea para el puesto que tenemos ofertado. Pero díganos, ¿qué puede aportarnos que no pueda aportar cualquier otra persona que pueda poseer su alto nivel de sabiduría? —A continuación los cuatro entrevistadores levantaron la mirada y esperaron la respuesta.

—Pasión, pasión por mi trabajo. Responsabilidad, soy una persona muy exigente con lo que hago. Fortaleza, sensibilidad y comprensión  ante cualquier situación o problema con el que me tenga que enfrentar. Tengo muy claro mis objetivos cuando me los marco, y haré lo que sea para poder alcanzarlos, por lo que la lucha es mi fuerte. Aunque he de decir que siempre de forma limpia.

—Bien —comenzó a anotar uniéndose a sus compañeros. —Y como persona, ¿cómo se considera?

—Bueno pues no sé, me considero una persona normal. Una buena persona quizá. No suelo mentir, aunque hablo demasiado —sonrió brevemente. —Si quizá soy una persona bastante habladora. Solidaria, me gusta ayudar a lo demás, pero siempre y cuando lo necesiten. No soy de hacer favores si veo que no son necesarios.

—Está bien —anotó brevemente en su libreta y a continuación siguió con la misma tranquilidad formulando la siguiente pregunta. — ¿Por qué estudió derecho?

En ese preciso instante aparecieron en su mente cientos de respuestas, tantas que no sabía cuál de ellas escoger. Se había quedado sin palabras.

—Mejorar el mundo —dijo de repente. —Creo que con los conocimientos que nosotros tenemos somos unos privilegiados para poder ayudar al resto de las personas y con ello, solucionar gran parte de todos los problemas —no sabía ni lo que había dicho ni si estaba bien.

—Ya veo —el semblante de su mirada cambió hacia un tono de cierta desaprobación. —¿Y va a solucionar todos esos problemas vistiendo de la forma con la que ha venido hoy a la entrevista?

—No veo por qué no. Creo que la imagen que tiene una persona no depende de ella misma sino de quién la mira. Y cada mirada puede sacar distintas conclusiones, así que entiendo que no es un impedimento para poder desarrollar mi trabajo.

El entrevistador asintió mientras anotaba una vez más en su ya misterioso cuaderno. Mientras acababa de escribir el que se encontraba a su derecha tomó la palabra.

—Ha dicho antes que se considera muy exigente con lo que hace y entendemos que nuestro trabajo también lo es. Mi pregunta es. ¿Tiene pareja?

—Sí, sí que tengo.

—¿Ha contraído matrimonio con ella?

—No, aún no.

—Tiene entonces intención de ello, ¿quizá en un futuro? —parecía que ansiaba ante todo obtener esa información

—Sí, puede que sí, o no, no lo sé —Aquellas preguntas tan seguidas empezaban a hacer mella en su paciencia, pues veía que no tenía nada importante que aportar en relación al puesto de trabajo. —¿Realmente son necesarias estas preguntas?

Esta vez su compañero opuesto fue el que siguió con la siguiente pregunta.

—¿Tiene pensado tener hijos próximamente o dentro de un tiempo?

—No sé en qué puede interesar mi respuesta ante esta pregunta —mostraba ya cierta indignación.

—Verá, buscamos un compromiso completo con esta entidad. Una dedicación plena. Una disponibilidad ejemplar ante cualquier situación que requiriese su sola presencia. Y valoramos cualquier obstáculo que pudiera surgir en un futuro si es que en verdad hacemos efectiva su contratación.

—Y creen que si tengo pareja, me caso con ella y tengo hijos. Todos esos requisitos no se puede cumplir? —Empezaba a sentir como una ofensa tal interés en su vida personal.

—Queremos que nuestros trabajadores establezcan de forma correcta sus prioridades.

—Empiezo a comprender cuáles son sus exigencias —de repente el ambiente que había respirado al entrar en aquella sala se tornó un tanto rancio y claustrofóbico. Sabía que aquellas personas no serían los compañeros ideales que siempre quiso tener.

—Bueno sabrá que si contratamos sus servicios, el salario inicial no será el mismo que el de sus compañeros con el mismo puesto y cargo.

—Bueno puedo entender que habrá un periodo de adaptación y un cumplimiento de objetivos iniciales y que una vez pasado ese periodo de confianza podré ir subiendo de categoría ¿no?

—Bueno eso depende de usted, y de nuestra valoración. Pero no tenga prisa aún.
Algo decía en su interior que no iba a obtener el puesto de trabajo. Tampoco sabía ahora si en realidad lo querría después de su sometimiento ante tal interrogatorio.

En unos segundos los cinco comprobaron sus anotaciones y empezaron a hablar en voz baja entre ellos. Después el hombre situado en el centro se dirigió a la persona entrevistada con la mirada.

—Bien, creo que no hace falta que hagamos más preguntas. El puesto de recepcionista es suyo —concluyó con una sonrisa de aprobación.

—¿Cómo dice? —No daba crédito a lo que acababa de oír.

—Que el puesto es suyo, enhorabuena —extendió el brazo con la intención de estrecharlo.

—No había venido para esto. No era el puesto por el que había mostrado interés.

—Bueno, ya sabe que por algo se empieza.

—No pienso perder más el tiempo con ustedes —se levantó y se dirigió hacia la puerta de salida— buenos días.

—Buenos días…. —contestó de forma airada intentando pronunciar su nombre— ¿cuál era su nombre?

¿Mi nombre?  hizo una pausa antes de cerrar la puerta tras de si— Mi nombre es lo de menos.

Mi nombre es lo de menos
Mi nombre es lo de menos