MI NOMBRE ES LO DE MENOS
Dicen
que la forma de vestir de cada persona muestra en cierta forma, el tipo de
personalidad, el carácter y la manera en la que se relaciona con los demás. No
estaba para nada de acuerdo con dicha afirmación. Se negaba a pensar que algo
tan complejo como es el ser humano, su forma de ser y de pensar, se viera
reflejada en algo tan simple como una prenda de ropa. Así pues, en base a qué
dicho razonamiento era un pensamiento lógico y general en cualquiera que
pudiera ver su vestimenta, se vistió de la forma más cómoda posible pero no por
ello, a su forma de ver, menos elegante. Era verano, las altas temperaturas
eran la norma general en esos días y en breves momentos acudiría a una cita muy
importante, quizá la más importante de su vida.
Había
estado esperando impaciente día y noche a que sonara el teléfono y por fin habían
llamado para hacer una entrevista de trabajo. Los nervios no se apoderaron de
su cuerpo pues se había preparado a conciencia esa gran oportunidad. Sabría
responder con exactitud a cualquier pregunta relacionada con el puesto a
desempeñar. Un puesto muy exigente y en el que tendría el desafío diario de
poner a prueba todos sus conocimientos.
La
carrera de derecho no había sido fácil y podía considerarse de entre las
mejores notas de su promoción. Había invertido una cantidad ingente de tiempo y
dinero en conseguir lo que más ansiaba en la vida y obtener un puesto de
trabajo en uno de los mejores bufetes del país sería el mejor premio con el que
terminar esa etapa de formación e iniciar una nueva y apasionante etapa profesional
con la que descubriría el mundo con el que siempre había soñado.
En
poco más de media hora se presentó ante la puerta del imponente edificio que
coronaba la ciudad. Su presencia no hizo mella en su estado anímico, había
pasado por delante de él infinidad de veces imaginándose su despacho en el piso
más alto. Lo contempló una vez más, respiró hondo y entro en su interior.
El
ajetreo del ir y venir de las personas que por allí transitaban con prisa,
haciendo llamadas, saliendo de reuniones y en ocasiones discutiendo, hizo que
sintiera una energía que sirvió como un plus extra de motivación para la
entrevista. Ese mundo era el molde adecuado para su forma ser, de pensar y de
relacionarse con las demás personas, siempre lo había sabido, siempre lo había
tenido claro.
Llegó
al pasillo indicado y esperó unos minutos a que llegase la hora exacta del
encuentro. Después llamó a la puerta. Una voz del interior contestó a sus dos
toques en la madera que la cerraba el paso.
—Adelante,
puede pasar.
Abrió
la puerta y entró de forma decidida, con el claro objetivo de superar aquella
prueba.
Ante
sí descubrió una mesa antigua de madera lo suficientemente larga como para dar
cabida cómodamente a cinco personas en uno de sus laterales. Cinco hombres, a
cada cual más serio que el anterior, vestidos por unos trajes bastante
descoloridos y escondidos bajo varios montones de papeles. Los cinco
contemplaron durante escasos segundos a la que para ellos sería la última persona
a entrevistar. Por un breve instante, esta persona sintió como cada una de las
cinco miradas recorrían su cuerpo de arriba abajo, analizando cada una de sus prendas
de ropa, así como el calzado e incluso el peinado. Por un momento llegó a
sentir cierta inseguridad ante esos cinco jueces. A continuación solo uno de
ellos habló, el que estaba sentado en el centro. Mientras los demás anotaban en
sus respectivos cuadernos.
—Buenos
días —saludó con la misma seriedad que reflejaba su rostro.
—Buenos
días, ustedes dirán —dijo con cierto atrevimiento y sonriendo para liberar un
poco la tensión previa acumulada.
Durante
un par de segundos el que se encontraba sentado en el extremo derecho observó
detenidamente a la persona candidata al puesto.
—Verá,
hemos visto su currículum y hemos de decir que nos ha dejado impresionados
—decía mientras lo recogía de la mesa para echar un último vistazo.
—Para
bien espero —sonrió al terminar la frase esperando una confirmación.
—Creemos
que con todos estos conocimientos que aquí nos muestra, es usted la persona
idónea para el puesto que tenemos ofertado. Pero díganos, ¿qué puede aportarnos
que no pueda aportar cualquier otra persona que pueda poseer su alto nivel de sabiduría?
—A continuación los cuatro entrevistadores levantaron la mirada y esperaron la
respuesta.
—Pasión,
pasión por mi trabajo. Responsabilidad, soy una persona muy exigente con lo que
hago. Fortaleza, sensibilidad y comprensión
ante cualquier situación o problema con el que me tenga que enfrentar. Tengo
muy claro mis objetivos cuando me los marco, y haré lo que sea para poder
alcanzarlos, por lo que la lucha es mi fuerte. Aunque he de decir que siempre
de forma limpia.
—Bien
—comenzó a anotar uniéndose a sus compañeros. —Y como persona, ¿cómo se considera?
—Bueno
pues no sé, me considero una persona normal. Una buena persona quizá. No suelo
mentir, aunque hablo demasiado —sonrió brevemente. —Si quizá soy una persona
bastante habladora. Solidaria, me gusta ayudar a lo demás, pero siempre y
cuando lo necesiten. No soy de hacer favores si veo que no son necesarios.
—Está
bien —anotó brevemente en su libreta y a continuación siguió con la misma
tranquilidad formulando la siguiente pregunta. — ¿Por qué estudió derecho?
En
ese preciso instante aparecieron en su mente cientos de respuestas, tantas que
no sabía cuál de ellas escoger. Se había quedado sin palabras.
—Mejorar
el mundo —dijo de repente. —Creo que con los conocimientos que nosotros tenemos
somos unos privilegiados para poder ayudar al resto de las personas y con ello,
solucionar gran parte de todos los problemas —no sabía ni lo que había dicho ni
si estaba bien.
—Ya
veo —el semblante de su mirada cambió hacia un tono de cierta desaprobación.
—¿Y va a solucionar todos esos problemas vistiendo de la forma con la que ha
venido hoy a la entrevista?
—No
veo por qué no. Creo que la imagen que tiene una persona no depende de ella
misma sino de quién la mira. Y cada mirada puede sacar distintas conclusiones,
así que entiendo que no es un impedimento para poder desarrollar mi trabajo.
El
entrevistador asintió mientras anotaba una vez más en su ya misterioso
cuaderno. Mientras acababa de escribir el que se encontraba a su derecha tomó
la palabra.
—Ha
dicho antes que se considera muy exigente con lo que hace y entendemos que
nuestro trabajo también lo es. Mi pregunta es. ¿Tiene pareja?
—Sí,
sí que tengo.
—¿Ha
contraído matrimonio con ella?
—No,
aún no.
—Tiene
entonces intención de ello, ¿quizá en un futuro? —parecía que ansiaba ante todo
obtener esa información
—Sí,
puede que sí, o no, no lo sé —Aquellas preguntas tan seguidas empezaban a hacer
mella en su paciencia, pues veía que no tenía nada importante que aportar en
relación al puesto de trabajo. —¿Realmente son necesarias estas preguntas?
Esta
vez su compañero opuesto fue el que siguió con la siguiente pregunta.
—¿Tiene
pensado tener hijos próximamente o dentro de un tiempo?
—No
sé en qué puede interesar mi respuesta ante esta pregunta —mostraba ya cierta indignación.
—Verá,
buscamos un compromiso completo con esta entidad. Una dedicación plena. Una
disponibilidad ejemplar ante cualquier situación que requiriese su sola
presencia. Y valoramos cualquier obstáculo que pudiera surgir en un futuro si
es que en verdad hacemos efectiva su contratación.
—Y
creen que si tengo pareja, me caso con ella y tengo hijos. Todos esos
requisitos no se puede cumplir? —Empezaba a sentir como una ofensa tal interés
en su vida personal.
—Queremos
que nuestros trabajadores establezcan de forma correcta sus prioridades.
—Empiezo
a comprender cuáles son sus exigencias —de repente el ambiente que había
respirado al entrar en aquella sala se tornó un tanto rancio y claustrofóbico.
Sabía que aquellas personas no serían los compañeros ideales que siempre quiso
tener.
—Bueno
sabrá que si contratamos sus servicios, el salario inicial no será el mismo que
el de sus compañeros con el mismo puesto y cargo.
—Bueno
puedo entender que habrá un periodo de adaptación y un cumplimiento de
objetivos iniciales y que una vez pasado ese periodo de confianza podré ir
subiendo de categoría ¿no?
—Bueno
eso depende de usted, y de nuestra valoración. Pero no tenga prisa aún.
Algo
decía en su interior que no iba a obtener el puesto de trabajo. Tampoco sabía
ahora si en realidad lo querría después de su sometimiento ante tal
interrogatorio.
En
unos segundos los cinco comprobaron sus anotaciones y empezaron a hablar en voz
baja entre ellos. Después el hombre situado en el centro se dirigió a la
persona entrevistada con la mirada.
—Bien,
creo que no hace falta que hagamos más preguntas. El puesto de recepcionista es
suyo —concluyó con una sonrisa de aprobación.
—¿Cómo
dice? —No daba crédito a lo que acababa de oír.
—Que
el puesto es suyo, enhorabuena —extendió el brazo con la intención de
estrecharlo.
—No
había venido para esto. No era el puesto por el que había mostrado interés.
—Bueno,
ya sabe que por algo se empieza.
—No
pienso perder más el tiempo con ustedes —se levantó y se dirigió hacia la
puerta de salida— buenos días.
—Buenos
días…. —contestó de forma airada intentando pronunciar su nombre— ¿cuál era su
nombre?
—¿Mi nombre? —hizo una pausa antes de cerrar la puerta tras de si— Mi nombre es lo de menos.
Mi nombre es lo de menos |
Genial entrevista. Millones de ellas se dan a diario y es una pena que se trate así a la vida familiar. Y sobre todo, el abuso qeu hay por las personas emprendedoras y bien preparadas, en realidad de todas.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Muchas gracias! La verdad es que en algunos casos se producen verdaderas injusticias, sobretodo cuando las candidatas son mujeres. Me alegra que te haya gustado.
EliminarUn saludo.
Un buen relato , por que la entrevista fue de lo más absurdo que hay y encima no le ofrecieron el puesto que el estaba cualificado. Cuantas entrevistas de estas ocurren diariamente. Un abrazo
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias! Pues espero que cada vez haya menos de este tipo, todo iría mucho mejor.
EliminarUn abrazo.