Tierra Seca
El viejo pero afilado metal se deslizaba implacable una y otra vez,
horadando una tierra prácticamente seca y estéril. Él era uno de tantos, no
sabía exactamente cuántos, la nube de polvo que provocaban en aquel terreno no
le dejaba ver más allá del siguiente compañero.
Aquella niebla áspera y erosiva
que ellos mismos alimentaban, penetraba en sus pulmones en cada desesperada
bocanada de aire que lograba entre esfuerzo y acometida, ocasionando cada
cierto tiempo pequeños ataques de tos que sin embargo para él nunca parecían
terminar, obligándolo a detenerse unos pocos segundos. No podía prolongar mucho
más el tiempo para recuperarse.
En cada rítmico movimiento, regaba sin querer la tierra con incontables
gotas de sudor que se deslizaban por su oscurecido cuerpo. La sed empezaba a
hacer acto de presencia, pero podía aguantar un poco más. Debía hacerlo pues no
tenía otra opción.
A pesar de sus humedecidas manos, asía con fuerza aquel destructivo
mango. Un sencillo e improvisado vendaje formado por un jirón de su propia
ropa, ocultaba unas más que preocupantes heridas sangrantes que le hacían gemir
cada vez que acometía con fuerza contra la tierra, partiendo con aflicción
alguna que otra piedra o raíz. No tenía otros medios a su alcance para tratarse
adecuadamente.
El calor era asfixiante y la jornada no había hecho más que empezar.
Llevaba ya un par de horas, aún quedaban muchas más. El peso de su propia
condición lo impulsaba a seguir trabajando de manera decidida, una imposición
que se decía era natural y contra la que no podía hacer nada. La silueta
montada a caballo que percibía justo detrás de él y que proyectaba una sombra
amenazante a su lado, lo vigilaba con dureza y se lo recordaba.
No tenía familia, algunos de sus amigos habían desaparecido. No lograba
entender cómo se podía dar esa situación tan contraria a lo que creía que podía
ser la verdadera naturaleza del ser humano. Nadie hacía nada al respecto, todos
aceptaban sin más aquella injusta realidad.
—Tiene que haber otra manera, no podemos seguir así. Estamos muriendo
—dijo en voz alta dejando caer su odiada herramienta. Su mirada se perdía entre
las escasas nubes que no tapaban los intensos rayos de sol, los cuales,
impactaban en su desprotegida cabeza.
—¡Pero qué haces, no pares! —Le decía su compañero en voz baja sin
dejar de realizar su trabajo.
—Me he cansado de todo esto, quiero ser libre —en ese momento se había
girado para observar a su compañero. Las marcas de las cicatrices marcaban
parte de su torso desnudo y su espalda parecía ser un mapa gigantesco de
terribles cadenas montañosas. Ese tipo de castigo era algo habitual todas las
noches en respuesta a lo que ellos consideraban un trabajo deficiente. No
quería imaginar de qué manera se lo harían saber a las mujeres. A continuación
se agachó y volvió a coger su herramienta haciendo uso de sus escasas energías.
—¡Lucharé!
En apenas unos segundos había
imaginado en su cabeza todo lo que iba hacer. Acabaría por sorpresa con su
cruel opresor y animaría a los demás a levantarse para cambiar sus destinos.
Decidió en ese instante que nadie podía manejar a su antojo su propia
existencia.
Para su desgracia, antes de que se pudiera girarse por completo y
embestir a su contrincante, un ruido sordo se expandió por todo el campo de
cultivo. Una bala había acabado con sus aspiraciones y le había dado en cierta
forma, el descanso que tanto ansiaba. Nadie se detuvo, todos seguían
trabajando. No era la primera vez que oían un disparo. Solo su compañero se
había parado a contemplar su cuerpo inerte tendido en la ya oscurecida tierra
roja.
—¡Sigue trabajando esclavo!
Libre de algún modo. Obviamente no como había pensado.
ResponderEliminarMe ha gustado. Un saludo
Hay tantos puntos de vista para valorar la libertad...
ResponderEliminarMe alegra que te guste. Saludos!!!
Un relato bastante duro e ilustrativo de la esclavitud. La esperanza es lo último que perdió este protagonista. Me ha gustado. Un saludo.
ResponderEliminarLa libertad no hace felices a los hombres: sencillamente los hace hombres. Gran escrito. Por cierto, ¿le gusta a usted Eduardo Mendoza? Le dejo, si quiere, la última entrada de mi bitácora; y si quiere, me dice qué le parece. Un abrazo y me adhiero al blog.
ResponderEliminarhttp://www.ourgodsaredead.blogspot.com.es/2015/03/la-ciudad-de-los-prodigios-un-retrato.html