jueves, 18 de septiembre de 2014

El Observador


EL OBSERVADOR



La temperatura es agradable. El sol calienta mientras se esconde entre las pocas nubes que flotan en el cielo y una ligera brisa mueve los árboles que dan cobijo bajo su sombra a diferentes grupos de personas que charlan despreocupadamente sentados sobre el césped.

El banco que elijo para sentarme no es muy cómodo pero no estaré mucho tiempo. Ante mí, el tan transitado paseo que cruza el mayor parque de la ciudad.

A mi derecha veo a una madre andar con prisa junto a su hijo. Parece nerviosa. No es de extrañar, pues sabe que en cuanto llegue a casa se debe de encargar de limpiarla, ordenarla y empezar a hacer la comida sin descuidar a su hijo y al nuevo inquilino que los acompaña desde hace poco.

  Su hijo de cinco años, a diferencia de su madre, camina alegre al margen de todos los problemas y dificultades que lo rodean. Sabe que cuando llegue a casa le estará esperando Bobby, su nuevo amigo, con el que podrá jugar hasta que su madre lo llame a comer a la mesa.

Bobby es un yorkshire de dos meses que su abuela le ha regalado por su cumpleaños, esperando con ello, que asuma ciertos valores que se aprenden cuando se es responsable de otro ser vivo, valores que su padre perdió hace tiempo. Estos valores de responsabilidad y cuidado le harán ser mejor persona en un futuro.

Un futuro que su madre, que lo lleva de la mano con prisa a través del parque, no ve muy claro, pues ayer mismo la despidieron del trabajo y no dispone de los ahorros suficientes para hacer frente al alquiler de su casa no más de dos meses. Tener a Bobby en casa supone una carga más para los escasos gastos que se puede permitir. Aún no sabe cómo explicarle a su hijo que Bobby no se puede quedar con ellos.

El niño da un traspiés por culpa de una piedra que, sin querer, la impulsa hacia delante chocando contra el pie de una joven que va en dirección contraria. Mientras la madre llama la atención a su hijo, la joven pasa a su lado sin percatarse de nada. El volumen de su mp3 la aísla de todo lo que la rodea.

Va hacia la facultad donde estudia. La espera un examen muy difícil y su música favorita a gran volumen la relaja y la hace olvidar por un momento el largo e intenso momento que debe superar en breve. Sabe que no ha estudiado lo suficiente. Anoche sus únicos pensamientos seguían siendo para Rubén, ese compañero de clase que no la hace ni caso, y que desde hace dos meses sale con su mejor amiga.

Su mejor amiga la espera junto a una fuente veinte metros más adelante. Cuando la ve venir, siente cierta ansiedad. Piensa contarla su gran dilema, pues es en la única en la que confía, siempre la dio valiosos consejos. Anoche se acostó con un chico que conoció en una fiesta de cumpleaños la semana pasada, no sabe si quiere seguir estando con Rubén.

Cuando se saludan y prosiguen su camino juntas, observan con indiferencia a un anciano que parece mendigar sentado en el borde de la fuente. Mira con nostalgia las palomas que revolotean a su alrededor, recordando tiempos pasados.

De joven las cuidaba en el viejo palomar de su padre, a las afueras de la pequeña aldea donde se crió. Ahora revive una vez más en su cabeza el momento en el que tuvo que tirar al suelo el puñado de comida para las palomas e irse con las autoridades que le fueron a buscar para su reclutamiento y participación en la guerra que estaba asolando el país.

Después de tantos años y de haber perdido todo, se encuentra ahora en un país extranjero malviviendo en las calles entre desconocidos. Es consciente del escaso tiempo que le queda en este mundo y es consciente, de la cantidad de historias y vivencias que se perderán con él.

Alguien con paso ligero se percata también de su presencia, al contrario que muchos de los que por allí habían pasado. Sin pensarlo demasiado y sin apenas detenerse, saca de su cartera el billete de mayor valor y lo deja caer en el sombrero ya raído que el anciano había colocado en el suelo cerca de él.

Le desea un buen día y se aleja con la misma soltura y alegría con la que había llegado. Era normal, la suerte en el juego le había sonreído y había ganado hoy mismo el mayor premio que la lotería había recaudado hasta el momento. Era feliz, y su visión del mundo había cambiado. Una visión que se había aclarado también desde la perspectiva de aquel anciano, que gracias al desconocido, sobreviviría un poco más holgadamente el otoño que se precipitaba en pocos días.

El desconocido ahora sin preocupaciones económicas, me saluda alegremente sin conocerme y prosigue su camino.

Parque en espera
Antes de todo...
Tres minutos me habían bastado para ver todo aquello. Era suficiente. Para cuando la siguiente persona se disponía a cruzar frente a mí, ya no estaba. Me había ido.


Mañana volvería una vez más. 

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